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Educador, lingüista, escritor, estudiante de antropología y mentor de jóvenes
"Cuento inspirado y dedicado a mi querido alumno David Trejos, BeatReal.
Tu perseverancia, tu fe y tu valentía,
Dan alas a otros jóvenes".
Las madrugadas bogotanas no son ni calurosas ni acogedoras, como un caldo de costilla, una changua, un tinto o una almojábana recién salida del horno. Mucho menos cuando te levantas a las 4 de la mañana, habiendo dormido no más de 6 horas. Parto desde el extremo sur de la ciudad sabiendo que debo atravesar varias bogotás antes de llegar a Bogotá.
En mi despertar diario, abro los ojos, espero unos minutos para adaptarme a la penumbra y luego encontrar mi celular, desorientado entre los paquetes de chocolatinas y chicles consumidos en uno de mis palcos ambulantes el día anterior.
Agarro mi celular, aún aturdido por el sueño, deslizo la pantalla de bloqueo para tener acceso a despertares más soleados y entre una infinidad de videos cortos, reproducciones de una realidad alterada, me doy cuenta que estoy a punto de perderme los mejores horarios para hacer dinero.
Me preparo un café rápido, como el pan duro y seco de la mañana anterior, me pongo el saco, los jeans anchos, mis Nike. Recojo mi parlante y mi micrófono. Antes de irme, pido la bendición de mi madre, besándole las mejillas de su rostro frío colgado en la pared. Hago la señal de la cruz mentalizando a Jesús, y me caliento para un día más con alta probabilidad de bajas temperaturas y de lluvias torrenciales. Finalmente me voy para otra gira nacional. La diferencia entre mis conciertos y los de cantantes famosos es que para mí no hay tiempo de ensayo, en un solo día canto durante toda una semana y la entrada se paga con monedas y sonrisas.
Casi una hora después llego al Portal de Usme, que se encuentra en la misma localidad donde vivo.
Antes de entrar al Portal, me llama la atención una escena fantasiosa. Un anciano apoyado en su bastón de madera se funde con la oscuridad. De él solo se evidencian su cabello blanco y sus sandalias de cuero, que dejan al descubierto sus pies desde el borde de su atuendo oceánico.
Cuando me ve pasar, con mi equipo de sonido y los ojos de una noche de insomnio, en voz baja, casi en un susurro, me dice: “Para cantar, o passarinho tem que voar”. No entiendo muy bien la segunda parte, así que me acerco a él, curioso por su imagen, y le pido que repita.
Él, nuevamente, me dice esa frase en tono revelador: “Para cantar, o passarinho tem que voar”.
"No le entiendo, señor".
El señor no sé de dónde me mira directamente a los ojos, con aire afectuoso, y me pregunta: "Chico, ¿alguna vez te has detenido a observar el comportamiento de los pájaros?"
“¿De los pájaros?”
“Las aves están en constante vuelo, de yarumo en yarumo, de mango en mango. Algunas, cuando llega el momento, hacen vuelos más largos. Desde dentro, escuchan los llamados a migrar”.
No sé por qué este anciano me habla de pájaros, vuelos y migraciones, pero aún atrapado por el magnetismo de su presencia, y atraído por su charla de tierras lejanas, me permito escuchar lo que me quiere decir. Él continúa:
“Aunque estas aves migratorias están en constante transición geográfica, cantan majestuosamente dónde estén, porque buscan los horizontes palpitantes y florecientes de la Tierra. Como se alimentan de vida, saben que migrar es necesario para seguir cantando”.
Entro en la jugada del anciano y le pregunto: “¿Pero cómo migrar sin alas?”
Sin afán. Él respira. Dirige la mirada al suelo, parece buscar algo en la acera llena de huecos. Entonces, la devuelve a la mía, como si quisiera rescatar algo que duerme dentro de mí.
“Mira esa paloma. ¿Qué ves?"
“¿Esa paloma?”. Le respondo bastante confundido.
"Sí. Dime. ¿Qué ves?"
En este momento no hay nada más que yo, ese hombre misterioso y la noche mediando las palabras entre nosotros.
"Bueno, no sé. Es gris con algunas rayas blancas y negras”.
“Mira más de cerca. ¿Qué ves?"
“Bueno, se ve un poco enferma… perdió una pierna”.
"¿Qué otra cosa es lo que ves?"
“Mmm… está compitiendo con otras palomas por las migas de pan. Las demás también están sucias y enfermas”.
“¿Cuál es la diferencia entre esta paloma y otras aves?”
"¿El color? Ella es un poco más apagada”.
"¿Y?"
“Solo comen lo que la gente les da. A veces son restos de comida sucia, vieja e incluso estropeada. ¡Ah! Otra cosa. No cantan como otras aves”.
"¿Tienen alas?"
"Sí, señor."
"¿Pueden volar?"
"¡Epa! Espere un minuto señor. Ya sé a dónde quiere llegar.
“Qué bueno, me alegra, mijo. Ahora dime, ¿adónde quieres tú llegar?
Una sensación incómoda en la espalda, en el omóplato izquierdo, me provoca un dolor que nunca antes había sentido. Giro la cabeza, tratando de encontrar quién me perfora. No veo a nadie
Me deshago del saco y la camiseta, dejando al descubierto mi piel iluminada en tonos de azul por los últimos minutos de la luna llena. Se revelan jeroglíficos que registran historias muy antiguas de la humanidad.
Paso los dedos por la piel oscura, que poco a poco se vuelve dorada, al contacto con los primeros rayos del sol. En ella tampoco siento nada, solamente un agujero atravesando mi piel de adentro hacia afuera, mientras soy inundado por un deseo indomable de volar.
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