DONDE SE ESCONDEN LAS MUSAS
(ENSAYO)
Enamorarse de las musas es preciso,
liarse con ellas no es preciso
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Enamorarse de las musas es preciso,
liarse con ellas no es preciso
Educador, lingüistas, escritor, estudiante de antropología y mentor de jóvenes
10 de marzo de 2023
Nací en los años 90, en Brasil, en el estado de São Paulo, en el ABC Paulista, en la ciudad de Santo André, en un barrio céntrico, aunque en una casa humilde habitada por la clase trabajadora. En este lugar histórica y geográficamente preciso, era fácil imaginar que mis musas no fuesen realmente mis musas. Recuerdo con cariño, sin embargo, las clases de portugués en la secundaria, cuando revivíamos el Portugal bucólico de finales del siglo XIX y principios del XX, con sus grandes ciudades de entonces y sus fértiles campos. Allí, los Fernandos Pessoas se cruzaban con ninfas durante sus observadores paseos por el río Tajo. Pero yo estaba en mi juventud, enamorado y en Brasil, donde las ciudades son asombrosamente más grandes que Lisboa y los campos notablemente más fértiles. Las musas, sin que yo fuera plenamente consciente de ello, seguían siendo las ninfas. No las mismas que en las literaturas que las trajeron, pues aquí, con Ipirangas contaminados y cubiertos de toneladas de hormigón, no pueden salir exhalando sus perfumes y cantando sus himnos trovadorescos. Mucho menos podrían bailar con las Iansãs y las Yaras, tarareando una bossa nova. He aquí las musas aparentemente muertas. Aparentemente muertas.
Están vivas, pero se esconden en otros elementos de la naturaleza, ya no en las aguas fluviales del gran São Paulo. Ahora están en las aguas marinas de los ojos húmedos de las propias personas que habitan las tierras brasileñas. Debemos saber que las musas nunca dejan de danzar bajo el sol, pero con el ritmo frenético de las carreteras y aceras, congestionadas de prisas y choques, se hace mucho más difícil verlas. Más aún cuando nosotros, arrojados a la intemperie, sin identidad ni apoyo, somos incapaces de reconocer lo que nos llega al alma. ¿Cómo podría un brasileño encontrar los ojos acuosos capaces de humedecer las ventanas de su alma de poeta?
En primer lugar, es necesario recorrer nuestros propios ríos internos: el Amazonas, el Paraná, el Iguazú, el Tapajós, el Xingú, el Negro y el Tamanduateí, bañados de sudor y sangre salada, caliente y fría, del Atlántico, del Pacífico, del Ártico, del Antártico e incluso del Índico. Todos los océanos lloraron por las entrañas de los ríos brasileños.
Aunque nos enseñaron que las musas son solamente una, como las ninfas blancas del río portugués, hay otras fuentes que manan inspiración de las múltiples experiencias humanas, como la india amazónica Naiá, que se enamoró de Jaci, la Luna, y de su intenso brillo que ilumina el cielo de la selva. Esta pasión hizo que se ahogara en un río, aunque, como en el realismo mágico de las leyendas y mitos originarios, se transformó en una Victoria Regia. Leonardo da Vinci también quedó hechizado por la belleza y la picardía de Salai, su aprendiz veinte años más joven, con el que convivió durante casi tres décadas, entre 1490 y 1518, inmortalizándolo con el cuadro de San Juan Bautista. O la musa del emperador mongol Shal Jahal, su esposa favorita Mumtza Mahal, cuyo amor trascendental quedó inmortalizado en el mausoleo más emblemático del mundo, que recibe cada año a millones de poetas en busca de revelación, en la ciudad de Agra, en la India. También podría mencionarse a Narciso, hijo de un dios-río y una ninfa, que se enamoró de sí mismo, ahogándose mientras perseguía su reflejo en las aguas. ¿O era el reflejo de sus raíces? Narciso también se transformó en una planta, que conserva su mismo nombre, en un eterno encorvarse buscando su reflejo.
Las musas aquí mencionadas forman parte del contexto particular de cada poeta, tocadas por seres que las inspiraron, trayendo las bellezas escondidas en el inconsciente de cada subjetividad. Todas tienen en común, sin embargo, la muerte y el abandono, pues estas musas son demasiado humanas, demasiado verdaderas. Así son las musas del mundo terrenal. El primer y abrumador encuentro se produce a través de la belleza exterior, en la que un aspecto físico genera movimientos recóncavos y reconvexos, revolucionando la experiencia del ser que se permite vivir y revivir emociones. Un gesto, un aspecto físico, o un detalle mínimo con posibilidades más amplias, que me parece más fiable para contener bellezas ocultas, una mirada. Los ojos acuosos de la gente, habilitan portales para la imaginación perenne. Caudalosos ríos, con intensos flujos de pirañas, botos, pirarucus, anémonas, cangrejos, tortugas, tiburones, caballitos de mar y todo lo que Dios creó para el gozo y encanto de los ojos atentos. Sin embargo, no hay que olvidar que los ríos, sobre todo los brasileños, son profundos y la posibilidad de ahogarse es alta.
Enamorarse de las musas es preciso, liarse con ellas no es preciso, parafraseando a poetas que entienden bien del tema.
Las ninfas de los Pessoas, que habitan mundos pastoriles, sin revelarse en planes de desarrollo conscientes, difieren de las demás. Tal vez las musas solamente sean fuentes de inspiración precisamente porque son inaccesibles, idealizadas. Por eso son musas, porque si fueran reales, tendrían sus dilemas terrenales y materiales. Es mejor dejarlas en este campo idílico e imaginario, donde su mera existencia es para el artista sediento como el oasis de un vagabundo del desierto.
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