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Educador, lingüista, escritor, estudiante de antropología y mentor de jóvenes
El reality show RuPaul's Drag Race ha cosechado una legión de fans desde su primera edición, pero los que siguen fieles al programa quizá hayan notado la falta de fuelle de la franquicia en los últimos años. Los escenarios, las paletas de colores, la música e incluso las líneas emocionales y las intrigas previsibles se repiten cada temporada, ya sea en la versión original estadounidense, en sus homólogas en inglés (Reino Unido, Canadá, Nueva Zelanda y Australia) o en las grabadas en países europeos. Aunque los spin-offs asiáticos (Tailandia y Filipinas) apoyados en la cultura alejada de la occidental, han escapado de alguna manera a la estandarización impuesta por la franquicia, aunque el acceso a ellos puede resultar difícil para el público latinoamericano. Con el lanzamiento de Drag Race México en junio de 2023, este público disfruta de la oportunidad de sumergirse en la inventiva de su pueblo, al tiempo que se empodera del arte de unas reinas orgullosamente mexicanas.
De manera brillante y afectiva, el primer episodio recupera la atmósfera de las telenovelas mexicanas, tan presentes en la memoria de todo latinoamericano. Las presentadoras Valentina y Lolita Banana hacen un performance de una escena de rivalidad entre la niña buena y la niña mala, típica de la teledramaturgia latina, para luego unirse en un abrazo sororal, deconstruyendo la evidente dualidad entre el bien y el mal en los países latinos cristianizados.
Aunque nacida en Estados Unidos, Valentina, una de las drag queens más reconocibles de la franquicia, ha dejado patente su origen mexicano desde su primera aparición en 2017. Su forma de ensalzar la cultura mexicana le ha valido una gran visibilidad en la comunidad latina. Ahora, como presentadora de la versión mexicana, la drag queen californiana evidencia que el español no es su lengua materna, aunque es capaz de comunicarse y conducir el programa con naturalidad, elegancia e incluso cierta gracia aportada por su acento, al tiempo que nos regala sus esperados trajes de alta costura, un maquillaje impecable y poses fotografiables.
Junto a ella, Lolita Banana, nacida en Ciudad de México y concursante de la primera edición de Drag Race Francia, llena el escenario con sus impresionantes 1,62 metros y la energía festiva y alegre habitual entre los latinos. En contraste con la sofisticación y contención de Valentina, las dos presentadoras entran en una relación casi simbiótica en la que sus personalidades opuestas y complementarias generan un ambiente agradablemente cordial para los concursantes y el espectador, superando incluso la compenetración entre la propia RuPaul y su copresentadora Michelle Visage.
El público es bombardeado desde los primeros momentos por la abrumadora diversidad de la cultura mexicana. Las once reinas, procedentes de diferentes regiones del país, aportan sus propios referentes socioculturales al programa, transformando el show en un ritual antropofágico, del que no únicamente son partícipes las demás concursantes, sino que también nosotros, los espectadores, somos invitados a participar en el banquete, pudiendo nutrirnos de todo su potencial creativo.
Al tratarse de una franquicia, sin embargo, el formato que dio origen al reality show sigue vigente dentro de su estructura: una competencia entre drag queens, que en cada episodio deben demostrar en los desafíos de actuación, costura, baile y canto, ser mejores que las demás, para luego alcanzar el premio monetario. Esta lógica es en sí misma contradictoria con la propia filosofía y creación del movimiento ballroom, basado en la cooperación entre personas diversas que constituyen entre sí nuevas estructuras familiares, dando cabida a relaciones de enemistades puramente capitalistas. Es habitual que reinas de una misma «casa» compitan juntas, lo que puede provocar desavenencias dentro de su propia hermandad. Esta dinámica puede provocar un aire de sospecha sobre los verdaderos objetivos del programa.
Una cosa es segura: la diversidad cultural de México ha demostrado que el programa puede retomar fuerza dentro de la comunidad latinoamericana, que puede verse y sentirse representada en la pantalla, además de disfrutar de la riqueza de su continente. Drag Race México también es prometedor para dar a conocer el continente latinoamericano en el extranjero, ya que los países que lo componen son destinos turísticos solicitados con frecuencia por europeos y norteamericanos. Cansado de las repeticiones de versiones anteriores, confieso haber disfrutado inmensamente los primeros episodios, como la primera vez que bebí tequila escuchando a Juan Gabriel. Ahora no puedo negar mi expectación por la versión brasileña, que debería estrenarse a finales de este año.
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