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Educador, lingüista, escritor, estudiante de antropología y mentor de jóvenes
31 de diciembre de 2022
La relación pedagógica,
cuando está permeada por la afectividad, la amabilidad y la dialogicidad,
brinda oportunidades para el desarrollo de la educación como práctica de libertad y humanización.
Paulo Freire
Cada ser humano es único en sus propias singularidades. Queremos cosas diferentes, tenemos intereses y aspiraciones diferentes, soñamos con utopías plurales. Cuando alguien se propone ser educador, ya sea de niños, adolescentes o adultos, hablar la lengua de alumnos tan diversos es un tremendo desafío. Además de sus diferentes personalidades, como cualquier otra persona, los estudiantes llevan su vida cotidiana con muchos retos, traumas y dificultades. Es entonces cuando nos toca a nosotros reflexionar sobre la importancia de crear vínculos, o como dice El Principito, ser responsables de aquellos a quienes cautivamos.
Crear lazos impregna una palabra clave: el respeto. Como se mencionó anteriormente, los estudiantes son seres únicos, por lo que es necesario estar al tanto de los detalles que los hacen únicos. Una relación respetuosa, amorosa y amistosa entre educador y educandos es lo que garantiza un semestre ameno y sereno. Pero es importante tener en cuenta que construir esta relación de amistad con los alumnos no significa abdicar del papel de autoridad en el aula, sino compartir el poder de decisión, el espacio de palabra, permitiéndose también aprender de ellos.
El amor está ligado a la autoridad, ya que, por amor a las nuevas generaciones,
el educador debe posicionarse frente a ellos
como alguien capaz de protegerlos de la exposición a situaciones
para los que aún no están preparados.
Paulo Freire
Esta valiosísima reflexión de nuestro gran educador pernambucano Paulo Freire, puede ser utilizada en cualquier contexto pedagógico, puesto que el alumno aspira a convertirse en un adulto pleno, funcional, transformador y consciente de sí mismo.
Otro pensador y educador que reconoce la importancia de la afectividad en el aula es el profesor argentino, naturalizado brasileño, Juan Uribe.
La enseñanza afectiva es el acto democrático de empoderar a estudiantes y educadores
con el objetivo de un aprendizaje conjunto
en una relación afectivo-pedagógica, consciente, curiosa y comprometida.
Juan Uribe
Cuando pensamos en la adolescencia del siglo XXI, otro concepto que no podemos olvidar es el empoderamiento. Los jóvenes son plenamente conscientes de que existen patrones de violencia, basados en los prejuicios estructurales que moldearon nuestra sociedad, que no pueden seguir existiendo. El racismo, el sexismo, la LGBTfobia, la gordofobia y otras violencias verbales, físicas o simbólicas son agresiones que la juventud ya no tolera. Empoderar a los estudiantes aquí significa hacerlos conscientes de que ellos son los autores de su propia historia, y que nosotros, los educadores, estamos aquí para brindarles el apoyo moral y emocional que necesitan para transformar su realidad. Si usted, el educador, todavía está atrapado por patrones de prejuicio profundamente arraigados, no hay necesidad de culparse a sí mismo. Nuestra forma de pensar refleja muchos años de imaginarios construidos por la clase dominante, en los que se heredaron estos prejuicios. Al mismo tiempo, no podemos eludir la responsabilidad de deconstruir estos prejuicios. En ese sentido, el papel del educador no es el de alguien que transfiere conocimientos, sino el de alguien que, a partir de sus propias transformaciones personales, crea posibilidades para que ellos produzcan o crean su propia nueva forma de pensar, parafraseando a Paulo Freire.
Cuando el estudiante se siente empoderado y reconoce que este empoderamiento fue alimentado por el educador, el respeto y la admiración vuelven a ser presentes en la relación estudiante-educador.
Hay varias formas de crear relaciones de respeto y admiración con los estudiantes. Entre ellas, algunas a tener en cuenta son:
Conocer el nombre y apellido de los alumnos;
Permítete llegar más temprano y quedarte más tarde en clase, cuando sea necesario;
Ofrecer elogios por la participación de los estudiantes;
Sea curioso acerca de los intereses de los estudiantes;
Manténgate en contacto con los estudiantes por Whatsapp, Google Classroom, Edmodo;
Interactúa con los estudiantes durante las clases;
Preste atención a tu tiempo de habla en clase, animando a los estudiantes a hablar más;
Comparte el poder en el salón de clases;
Tenga conciencia de ti mismo;
Deshazte de los prejuicios estructurales inculcados por la sociedad;
Muestra con acciones y palabras que estás del lado de los jóvenes en el cambio social;
Respeta a los alumnos para que también seas respetado.
Todas las sugerencias apuntan a saber respetar el espacio del otro. Cuando los educadores y los estudiantes se respetan, el ambiente se vuelve más ligero y el placer de enseñar y aprender se convierte en parte de la vida cotidiana en el aula.
Ahora imagina dos escenarios posibles:
1 Quince minutos antes de la clase. Llevo tres meses con este grupo y siento que a mis alumnos no les gusto, y no tengo ningún conocimiento sobre estos jóvenes para empezar una charla.
2 Los estudiantes llegan un poco cabizbajos. Noto que todos están tratando de consolar a Felipe, quien, a pesar de ser el joven más hablador de la clase, está sorprendentemente silencioso ese día. Pronto recuerdo que el resultado del examen de admisión a la universidad saldría esta semana. ¿Será que no fue aprobado?
Estos escenarios son realistas y pueden ocurrir en cualquier momento de la vida de un educador. Ahora la reflexión, de educador a educador, es: ¿estamos preparados para dar el apoyo emocional que necesita este alumno? Refuerzo aquí nuestra necesidad de conocer a nuestros jóvenes más allá de las notas que sacaron en el último examen.
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