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Estudiante de Nacionales en la Universidad Nacional de Colombia, estudiante de portugués y profesor de español
Los Toltecas son una comunidad con principios espirituales que configuran la sana convivencia entre individuos. Esta cultura es autóctona de Teotihuacán, México, y el Dr. Miguel Ruiz es un tolteca que rescata los valores y conceptos ancestrales de su comunidad; los acuerdos de la vida en el libro: Los cuatro acuerdos.
En este caso vamos a tomar el primer acuerdo como eje temático. El primer acuerdo es central para nuestras reflexiones del diario vivir, ya que la sociedad está sobreexpuesta a la información, opinión y juicios de valor. Con lo anterior, es preciso e indispensable tomar el primer acuerdo de la sabiduría tolteca: Impecabilidad en las palabras.
Cuando hablamos de la impecabilidad en las palabras, hablamos de un buen uso de las mismas, es decir, un uso sin pecado o mancha alguna. En nuestro entorno vemos cómo las palabras se perciben en dos formas: palabras que vienen del exterior y las palabras que son tomadas desde nuestro interior. Lo problemático es la coalición de estas dos junto a la aceptación de juicios injustos que determinan la forma de estructurar nuestros discursos o de percibirlos.
En primer lugar, es importante caracterizar que somos lienzos en blanco sin prejuicios. No obstante, a lo largo de nuestra infancia podemos ver cómo las palabras se usan de forma imprudente para denigrar de las demás personas, remitiéndose a problemas de identificación para quien juzga, y así tomamos estas conductas como un aspecto cultural. Los toltecas resaltan el factor determinante para que las palabras se usen en juicios de valor a modo de chisme y esto es consecuencia de la crítica que tenemos sobre ¿cómo debería ser el mundo?, ¿cómo deberían actuar las personas?, ¿cómo se deben ver los demás?; ¿cómo tengo que ser yo?
La forma en que logramos ver las cosas viene acompañada de juicios y prejuicios. Sin embargo, aquellos juicios no son propios de quién los replica; los juicios son respuestas del adoctrinamiento más temprano que nos implanta el chip de lo “normal”. Es decir, de niños somos moldeados por condicionamiento operante que, según la psicología conductista, permite educar y configurar la conducta del infante a través de un sistema de premios y castigos. El meollo del asunto es que estos condicionamientos generan un miedo a ser reprendido o miedo a no ser recompensado. Se crea un código de conducta que aceptamos para recibir recompensas (aceptación) y cuando no logramos las expectativas o retos, deviene el castigo, la culpa.
Se puede hablar de castigo físico en los infantes cuando la reprensión es ejercida por fuerza o también cuando se ejerce por medio de palabras que llevan a interiorizar definiciones y conceptos traumantes como por ejemplo: no sirves para nada, eres un idiota, eres insuficiente, etc. Todo lo anterior genera formas de asimilar el exterior como un lugar de peligro en donde hay un fuerte miedo al fracaso.
Un panorama alterno es el miedo de no cumplir con las expectativas que se tiene sobre sí mismo. Se puede configurar el aislamiento de quien tiene expectativas inalcanzables de sí mismo, o, por el contrario, puede llevar discursos de odio derivado del miedo interno. Un ejemplo de lo mencionado es la crítica destructiva sobre el aspecto físico de alguien; en estos comentarios se puede demostrar que el miedo de quién juzga es relativo al miedo de no cumplir las reglas de lo bello en la sociedad.
El tránsito de palabras de la opinión pública (el exterior) y los juicios procesados por estos discursos (el interior) generan un espectro de falta de identidad. No sabemos lo que queremos y el mundo lo vemos desde la óptica del miedo heredado, consecuentemente replicamos códigos de conducta que son ajenos a nosotros y perdemos sentido de identidad.
En conclusión, los toltecas nos invitan al buen uso de la palabra, puesto que ella crea, construye y define lo que nos rodea. El buen uso de las palabras nos libera de prejuicios, nos permite relacionarnos sanamente y nos lleva a la verdad. Entonces, para dar buen uso a las palabras es necesario percibir nuestros juicios más profundos (juicios heredados del miedo) y pensar nuestras diferencias con las personas para luego tener la noción de empatía. En palabras de los toltecas, es volvernos un espejo para que los demás puedan verse en uno y reforzar el sentido del “otro”.